
Cada noviembre, en varias regiones de Colombia emerge una figura ancestral envuelta en misticismo: el animero. En varios municipios de Antioquia, este personaje, un religioso con una profunda vocación, actúa como intermediario entre el mundo de los vivos y las almas del purgatorio, realizando un recorrido nocturno para pedir oraciones y ayudar a los espíritus a encontrar el descanso eterno.
¿Qué es un animero?
La tradición, profundamente arraigada en el catolicismo popular, se caracteriza por el recorrido silencioso y solemne del animero, quien sale a las calles, a menudo desde el cementerio y cerca de la medianoche, provisto de una campana, un libro de rezos y un profundo sentido de misión.
Su función central es invocar a los vivos para que recen un Padrenuestro o un Ave María por las ánimas. En muchos lugares, el animero camina sin mirar atrás, una norma que, según la creencia popular, lo protege de los espíritus que le siguen. El rito se extiende hasta el amanecer, momento en que las almas deben regresar a su lugar de reposo.
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Historias de vida y devoción de los animeros
En Concepción, Arely del Socorro López, conocida como la animera del pueblo, personifica esta tradición con un matiz singular. Su conexión con la muerte comenzó desde niña, llevándola a ser la encargada de la funeraria local. Arely asegura que las ánimas la protegen y que ella, a su vez, las guía en sus “paseos de ánimas” para ayudar a los espíritus que aún no han hallado la paz.
En Puerto Berrío, un municipio con una historia marcada por la violencia, Hugo Montoya asegura que es acompañado por las almas del purgatorio, muchas de ellas, según la creencia local, correspondientes a personas desaparecidas que fueron «adoptadas» por la comunidad. En este contexto, el rito se convierte en una vía para dar sentido a la muerte y sanar el dolor de una comunidad azotada por la violencia.
En Marinilla, Rigoberto Cortés realiza desde 2008 esta tradición. No le tiene miedo a la muerte, pues pasó entre 1995 y 2012 siendo disector de cadáveres. Ha sido dos veces concejal de su municipio y se le conoce como «el representante en la curul del Concejo de las benditas ánimas del purgatorio».
Justamente, fue el exanimero de Copacabana, Jesús Torres, quien le enseñó a Rigoberto todo lo que sabe y quien, antes de morir, dejó encargado de este legado a Jaime Uribe en su municipio. Este último, menciona que desde 2019 que tomó esta labor, la ha acogido con cariño y compromiso, tal como don Jesús lo hubiera deseado.
La tradición de la devoción
La labor del animero, un rito considerado patrimonio inmaterial, busca prevalecer en el tiempo. En un ciclo que se cierra al final de noviembre con una misa por las almas, estos mediadores entre lo terrenal y lo espiritual aseguran la continuidad de una de las prácticas de religiosidad popular más emotivas y singulares del folclore andino.
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